sábado, 4 de febrero de 2012

IN MEMÓRIAM

Desperté en esa maltrecha habitación de hotel, de la que no me dolía su abandono y su precaria higiene sino tu ausencia. Y decir que desperté es inexacto pues en realidad no puedo asegurar que dormí: durante toda la madrugada saturaste mi mente con tus preguntas, con tus afirmaciones, con tus risotadas, con tus honestísimas imprecaciones de siempre. Ahí estuviste, conmigo, a pesar de que ya no pudiste ofrecerme un trago y yo ya no pude echarte mi brazo al hombro para recordarte que más que mi amigo eras mi hermano.

Me senté en la cama y con ese cruel muro ante mí (muro que ya no podía ayudar a delinear tu figura), tuve que enfrentar la aplastante presencia de una mañana de domingo que sólo podía convocar a verte partir dentro de un ataúd. Mañana que hubiera preferido contigo, en aquella tu improvisada terraza, saludando al nuevo sol con botellas de cerveza en las manos y nuestro desaliño cómplice. Mañana que hubiera preferido como celebración de nuestra modorra y no como fría sentencia de que con tu muerte también yo comencé a morir, pero más patética y lentamente. Mañana que hubiera preferido con una de tus socarronas maledicencias y no con esas mis lágrimas que caían hasta el piso.

Me asomé a la ventana y encaré esa calle y esa plazoleta plenas de tianguis y bullicio matutinos. Entonces tu irremediable silencio se recortó perfecto en el aire y entendí que esa caótica ciudad ya no podía ser nuestra. Ya no.

domingo, 4 de diciembre de 2011

WALRUS*

*(Texto de José Manuel Aguilera, publicado originalmente en el número 43 de la revista La Mosca en la pared [Editorial Toukan, México, diciembre de 2000].)

A principios de los setenta, algún genio pirata de la publicidad en México decidió usar la sección de chelos de "I am the walrus" en un anuncio del canal 5. Ya no recuerdo qué es lo que anunciaban pero recuerdo los chelos. Esa música poderosa te enfrentaba a emociones de vértigo absolutamente desconocidas. Sólo que en ese entonces yo no sabía que eran chelos ni que era "Walrus" ni mucho menos sospechaba que era una rola de John Lennon. Únicamente sentía la fascinación: había ahí algo denso, majestuoso, casi amenazante.



Los Beatles aún estaban en el aire. Un algo tan universal y sincronizado con la época que uno lo daba por sentado: estaban ahí y era como hablar de Mickey Mouse o de Cri Cri o del futbol. Su música sonaba por todos lados, así que era inevitable oirla e impregnarse de sus melodías, aunque fuera por ósmosis o subconciencia. Entre quienes tomaban partido había un inmenso sector que los idolatraba incondicionalmente, los beatlemaniacos. Otro más reducido y prejuicioso los consideraba medio fresas y putones. Celosos tal vez de la histeria que provocaban en las chavas, argumentaban que era mejor entrarle directamente a los pesados: Black Sabbath, Led Zeppelin, el mismísimo Jimi Hendrix. Me convencieron fácil y gracias a ese prejuicio, me salté la manía.

Después fui redescubriendo a los Beatles gradualmente, al empezar a tocar: todo mundo se sabía alguna de sus rolas y era delicioso sacar "Blackbird" en la guitarra. Regresé "formalmente" a ellos a raíz del asesinato de Lennon. De nuevo estaban por todos lados. Ahora Lennon era San Lennon y su condición de mártir del rock permeaba todas las cosas. Pero por encima del mito estaba la música. Y fue magnífico reconocerla , sumergirme en ella y darme cuenta de que todo lo que me gustaba lo habían inventado estos güeyes (y el mismísimo Hendrix, claro está) muchos años atrás. Ahí estaban los chelos.

La fábula de Lennon es inmensa y seductora, tiene inumerables caras. Mito gigantesco y genial como ninguno, Lennon es el máximo rock-star y por lo tanto el más contradictorio. Un cliché y un paradigma. Por un lado, Lennon el mordaz y sarcástico, el carismático y el revolucionario. El working class hero que hace chistes de la realeza británica en sus propias narices. También está Lennon el solidario y amoroso, capaz de armar la pachequez hippie de Apple Corps con su cómplice McCartney y perder cantidades increibles de dinero, o renunciar a la cima del mundo por seguir a su musa japonesa por sobre todas las cosas.

Debajo de eso está Lennon el cruel, el ojete. El egomaniaco excesivo e incontrolable, el destructor; el resentido contra el abandono de sus padres que abandona a su propio hijo.

Está también el otro cliché, muy en boga en 1980, de McCartney-fresa, Lennon-pesado o McCartney-burgués, Lennon-políticamente correcto. Hay quienes siempre quieren encontrar al bueno y al malo de la película.

Pero nadie puede decir en qué medida Lennon es indisoluble de McCartney y de los Beatles. De qué manera la rivalidad con Paul, la complicidad con todos, incluido por su puesto George Martin (quien a sugerencia de Lennon escribió el famoso arreglo de chelos), determinan también su música. Después de los Beatles, Lennon siguió haciendo rolas chingonas: "Mother", "Love", "Mind games", "I'm losing you". Pero lo cierto es que después de 1970 ya nunca hizo otro "Walrus".

¿Cuál es el verdadero Lennon? Qué importa: todos y ninguno. Su grandeza estriba en que por cada una de esas caras hay una rola que lo justifica. El verdadero Lennon es el Lennon artista, el más genial hacedor de rolas que ha dado el rock. Y en ese sentido su generosidad fue extraordinaria.

Quién sabe si Lennon era revolucionario cuando se vestía de blanco y se tumbaba por días en la cama, frente a las cámaras, a protestar por la paz. Lo cierto es que era revolucionario cuando escribía "Tomorrow never knows".

Y además cantaba bien chingón, como no.


Hace poco me encontraba con una amiga (post-Beatles, debo aclarar) en uno de esos antros del centro que suelen ser la neta por algunos meses. El dj de pronto tuvo la ocurrencia de poner "A day in the life". Le comenté a mi amiga que esa rola me gustaba. Ella puso atención, pareció reconocerla y estuvo de acuerdo: "Sí, está bien chida. ¿Es Radiohead?". "Es un grupo un poco más antiguo", le dije. Pedir otro trago me pareció infinitamente más atractivo que la idea de entrar en cátedra. Pero lo verdaderamente singular es que la rola le gustara por sí misma, sin la connotación del mito. Más aún, que pensara que era una rola nueva. Aunque de hecho lo es. Nueva y vieja al mismo tiempo. Al igual que los chelos de "I am the walrus" que pasaban en el canal 5, "A day in the life" aún tiene la capacidad de seducirte en un bar del año 2000, aunque no sepas quién está tocando: la voz de Lennon, sus insólitos juegos de acordes, sus melodías de cangrejo, sus ideas de arreglos y sus letras, su espíritu mismo, conservan intacto el poder de tocarte.


En el otoño de 1967, los Beatles habían concluído Sgt. Pepper y la trágica noticia de la muerte de Brian Epstein aún flotaba en el aire. ¿Cuánto más podrían estar en la cima antes de iniciar su esplendorosa caída? El "verano del amor" también se desvanecía y en su lugar se dejaban oir noticias de razzias y apañones contra los músicos del brit-pop, entre otras crudezas. Lennon mientras tanto se paseaba por su recién adquirida mansión de Weybridge (excesiva, semivacía, absurda), alejado de todo y aparentemente desconectado del mundo. Lo único que hacía era darle vueltas en la cabeza a la frase rítmica de las sirenas de los carros de policía londinenses, rumiándola por días y días sin hablar con nadie (incluida su familia, que por cierto estaba a punto de tronar también). Intentaba el prodigio de unir esa frase con otras que tenía por ahí, para crear una imponente pieza que sería al mismo tiempo parodia de la psicodelia, canción de protesta y grito desesperado, en el más puro sinsentido a la Lewis Carrol. Y todo esto sobre una de sus endemoniadas secuencias de acordes. Al hacerlo, de nuevo Lennon captaba magistralmente el espíritu de la época y, sin decirlo textualmente, su sensible intuición vaticinaba que el sueño habría de terminar pronto: la amenaza de los chelos era real.

Mi Lennon favorito es el que está escribiendo "Walrus".

domingo, 9 de octubre de 2011

CAIFANES O EL KARAOKE MASIVO.

Faltan ya pocos minutos para que sean las 7:00 p.m. de este miércoles de octubre, cuando salgo del hotel en el que pernoctaré y busco el acceso más próximo al metro. Es la hora de los andenes y vagones atestados con los que ya dejaron un día más de vida en chambas agotadoras y poco redituables. Entro con grandes dificultades a un vagón del tren que corre desde Tacubaya en dirección a Pantitlán y mi mano comparte con otras cinco el tubo vertical que nos garantice el equilibrio cuando el convoy frene. Mientras el calor atrapado aquí me hace sudar hasta por el más recóndito de mis poros, admiro la capacidad de un chavo para dormitar de pie entre el hacinamiento y me aseguro de que la cartera no escape del bolsillo de mi pantalón. Desciendo en la estación Velódromo y busco la salida hacia ese puente peatonal que te lleva a las inmediaciones del Palacio de los Deportes. Apenas intentas salir de la estación y la compleja mafia de los revendedores te asaltan con el clásico "¿Te sobran o te faltan boletos, amigo?"; más adelante empieza la vendimia de chacharas diversas, con el nombre y los emblemas de la banda que hoy convoca a la multitud.

La compra de souvenirs no está en mi plan de hoy, pues considero que el costo del boleto y la habitación de hotel han sido ya un sacrificio suficiente; además, con una pesada grisura y gran estruendo, el cielo presagia tormenta y será mejor ingresar al Palacio antes que resignarse a pasar el concierto con la ropa empapada. Acelero el paso entre personas y puestos; llama mi atención el hecho de que hasta adolescentes de 15 ó 16 años lleven playeras alusivas a Caifanes. ¿Cómo conocieron ellos a esta banda? ¿Quién les inculcó ese gusto o quién los trajo al concierto de este 5 de octubre: papá, mamá, el hermano mayor...? ¿O sólo es el hecho de que Caifanes es la moda musical retro de este otoño en México?

Yo mismo no he terminado de definir por qué decidí invertirle dinero y tiempo a este concierto. ¿Mera nostalgia? ¿Manso cordero ante el gran negocio de los últimos años montado sobre la "reconciliación" de Saúl Hernández y Alejandro Marcovich? ¿Justo aprecio por una de las bandas más destacadas del nunca consolidado y muy paupérrimo "rock nacional"? Lo cierto es que ya llevo en la mano el boleto que me dará acceso a la última presentación de Caifanes en la ciudad de México, antes de que continúen con una gira nacional que hace apenas un año nadie hubiera concebido o presentido; paso todos los filtros de revisión y a las 7:30 p.m. ya canjeo un billete de 100 pesos por una caguama en vaso en el mezzanine del Palacio de los Rebotes.

Ocupo mi lugar en la sección intermedia; veo como no más de 5 ó 6 metros me separan de los privilegiados de la sección A y me hacen sonreir las forzadas y ridículas distancias que clasifican los boletos en 1500, 1200 y 800 pesos. En el escenario ya todo está dispuesto para que los Caifanes ingresen e inicien su show; afuera llueve y tan sólo una tercera parte de las sillas ya ha sido ocupada. Tendrá que pasar casi una hora y media para que el concierto inicie. Observo a algunos integrantes de la audiencia: su indumentaria acicalada y su actitud bastante fresa no me dan la seguridad de que distingan entre Caifanes y ese vergonzoso engendro de Saúl y Alfonso llamado Jaguares.

Por fin, un poco después de las 9 de la noche, el recinto ya está a su máxima capacidad. Entonces Diego Herrera se planta ante los teclados y ejecuta el preámbulo para la canción con la que los Caifanes abrirán, mientras la multitud aulla y aplaude ante el inminente fin de 15 años de espera. Después de unos 2 minutos, en los que el resto de la banda se posiciona en el escenario, de las guitarras de Marcovich y Saúl salen las primeras notas de "Viento". De aquí en adelante, el Palacio de los Deportes será una inmensa caldera de catarsis y karaoke masivo.

Nunca preocupado por guardar en mi pésima memoria el set list exacto de este concierto, me limito a identificar las canciones que generan los puntos más altos en esta noche cuasi ritual y donde miles de voces de afinación dudosa opacan por completo la de Saúl Hernández: "Perdí mi ojo de venado", "Mátenme porque me muero", "Antes de que nos olviden", "Los dioses ocultos" (la que sin duda genera más adrenalina, aullidos, coros desafinados, saltos y baños de cerveza en toda la noche), "Nubes", "Aquí no es así", "Metamorféame", "Ayer me dijo un ave"... Después de casi dos horas de remembranza, Caifanes simula el clásico cierre de concierto, para después permitir que su público incondicional los haga regresar tres veces al escenario; es entonces cuando "La célula que explota", "Afuera" y "No dejes que..." arrancan los últimos y más viscerales hilachos de voz que quedan en la audiencia. Desde la sección B, yo estoy satisfecho porque los Caifanes ya ejecutaron las cuatro canciones que en ellos considero como grandes logros (y en las cuales el karaoke masivo sólo llega a decibeles medios): "Nos vamos juntos", "Estás dormida", "La vida no es eterna" y "Sombras en tiempos perdidos". Antes de concluir, Saúl presenta a cada miembro de la banda y las fronteras entre lo estrictamente musical y el sentimentalismo se rompen cuando las grandes ovaciones se las llevan Marcovich y Sabo (a quienes el cáncer y un infarto, respectivamente, estuvieron a punto de llevárselos al Mictlán).

Son alrededor de las 12:00 a.m. cuando ya no tiene caso seguir en el Palacio. Salgo al estacionamiento, en busca de algún taxi. Cuando por fin ubico uno y cierro el trato con el chofer, compruebo que fue muy buena decisión evitar la compra de cualquier souvenir (150 pesos por llevarte a un punto que no está a más de 5 kilometros del lugar del concierto). Ya rumbo al hotel, tengo tiempo de preguntarme si un público también es bueno cuando canta en vez de escuchar y si Caifanes realmente fueron y son una banda con calidad y honestidad. En el silencio de la habitación alquilada, concluyo que es injusto que Caifanes cargue todo el tiempo con el saldo negativo de esa malograda camada de bandas llamada "rock mexicano", cuando discos como El Silencio y El nervio del volcán tienen hallazgos estéticos en nada despreciables. Con respecto a los dueños de las gargantas desgarradas, considero que su catarsis fue perfectamente justificable: Caifanes se disolvió demasiado pronto en 1996 y desde entonces ninguna banda del "rockcito nacional" (Hugo García Michel dixit) pudo lograr las dosis exactas de calidad artística e impacto masivo que la banda de Hernández y Marcovich consiguieron en el inicio de los 90's. La gente ahora recibe a Caifanes con una emoción desbordada antes que con la intención de revalorar cuidadosamente su propuesta musical del periodo 1988 - 1994; emoción desbordada que hizo volar las entradas para el Vive Latino 2011 como nunca antes y que agotó los boletos para el Coachella de este año en menos de una semana.

Lo triste es, entonces, que Caifanes viene a cantarnos las glorias de un periodo bien delimitado que hace 15 años expiró. En ningún seguidor sensato de la banda debe agazaparse la ilusión de que pudieran grabar un nuevo disco; por lo tanto, Caifanes es hoy más nostalgia que nuevas propuestas, más homenaje a un pasado con grandes logros que admiración por un presente pleno de creatividad artística... Ojalá que Caifanes termine pronto su gira nacional; ojalá que dentro de poco tiempo, su música sea de nuevo audible y atesorada sólo a partir de un CD o un archivo mp3, preservándola de ser el simple repertorio de una noche de karaoke masivo.

domingo, 25 de septiembre de 2011

20 AÑOS DE NEVERMIND.


En lo estrictamente musical, Nevermind no es el trabajo que yo más aprecie de Nirvana, pues el ánimo iconoclasta, visceral y nihilista del álbum In Utero siempre ha convocado más a mi admiración. Sin embargo, el significado cultural y social de Nevermind es enorme, comparado con el resto de los álbumes de Nirvana.

Nevermind (segundo álbum de estudio de Nirvana, después del Bleach de 1989) llegó, en el inicio de los años 90's, para inaugurar el último grito de autenticidad de todo aquello que cabe bajo la hoy vaga etiqueta de rock. Después de unos 80's saturados de pop blandengue, abuso de sonidos sintetizados y bandas de glam metal (que se preocupaban más por encrespar y teñir sus cabelleras que por serle fieles a alguna raíz del rock), Nirvana irrumpió el 25 de septiembre de 1991 con un álbum que vino a recordarle a Estados Unidos que los los 80's de Ronald Reagan no habían heredado a la juventud un paraíso, sino un páramo de alienación, hastío y pesimismo. A partir de una efectiva y demoledora fusión musical de punk y pop, Nevermind recopiló la ira, las lamentaciones, las paranoias y los balbuceos sin sentido de una generación que ya no veía por dónde o de qué manera podría germinar de nuevo el american way of life, a pesar de vivir entre compras compulsivas en los centros comerciales y televisores con 30 canales. Tres tipos vestidos como chavos de cualquier suburbio o pueblo jodido estadounidense, armados con sólo bateria, bajo y guitarra, se presentaron ante Estados Unidos y el mundo como el ácido que venía disolver el falso y empalagoso optimismo que Michael Jackson, Madonna, Bon Jovi, los políticos o los mass media predicaban con respecto al "sueño norteamericano" y el orbe occidental en general.

De cómo Nirvana ya no pudo deshacerse de la etiqueta de "líder del movimiento grunge" que el mainstream le asignó y de cómo éso jodió a Kurt Cobain hasta llevarlo al suicidio, ya mucho se ha escrito. Lo importante hoy es recordar que Nevermind de Nirvana es un objeto-evidencia fundamental para entender la historia musical, social, cultural, y hasta política, de las últimas 2 ó 3 décadas en el orbe occidental. Quiza Bleach, In Utero o cualquier otro álbum grunge sean más honestos, independientes y crudos en su propuesta estética, pero Nevermind fue el grito de batalla que inauguró en 1991 la última etapa de autenticidad para ese ente musical llamado rock. Nevermind cumple 20 años; la larga agonía de un rock que ya no se reconoce ni a sí mismo, también.

miércoles, 20 de julio de 2011

UN TIPO DE APELLIDO RAGOVOY.

Era el verano de 1992 y yo estaba en el cenit de mi adolescencia. En mi mente había una efervescencia donde lo mismo convivían Hermann Hesse y Juan Rulfo, marxismo mal digerido y Bhagavad~Gita, grunge y Beatles... En aquel verano, después de sólo conocer algunos datos de su biografía, escuché por primera vez canciones interpretadas por Janis Joplin y me prendí al instante de su visceral manera de interpretar el blues y el soul.

Al revisar la autoría de las canciones que más me gustaban de Janis, noté la presencia constante de un apellido: Ragovoy. "Pues este tal J. Ragovoy de plano es un gran cabrón", pensaba yo al escuchar "Piece of my heart" o "Get it while you can" en voz de la portentosa Joplin. Algunos meses después, encontré nuevamente a don Jerry Ragovoy como autor de una de mis canciones favoritas de los Rolling Stones: "Time is on my side".

El pasado miércoles 13 de julio, Jerry Ragoboy, compositor norteamericano nacido en 1935, falleció en la ciudad de Nueva York. En solitario o en mancuerna - y a veces bajo el seudónimo de Norman Meade-, Ragovoy fue compositor de memorables canciones en la decáda de los 60's. Sus primeros trabajos pueden rastrearse desde los 50's, pero es a partir de su ingreso al sello Chancellor Records (radicado en Philadelphia, Pennsylvania) que su prolífica carrera inicia formalmente; durante su estancia en dicho sello discográfico, Ragovoy genera algunos de sus mayores éxitos, entre los que sobresalen "Wonderful Dream" (1962, interpretada por The Majors), "Cry Baby" (1963, interpretada originalmente por Garnet Mimms and The Enchantters y posteriormente por Janis Joplin) y "Time is on my side" (que antes de las versiones de 1964 y 1965 de los Rolling Stones, fue grabada en 1963 por el trombonista Kai Winding). Entre 1966 y 1968, Ragovoy es contratado por Loma Records, subsidiaria de Warner Bros, e inicia así su contacto y colaboración con interpretes como Janis Joplin.

La contribución de Jerry Ragovoy a la música va más de sus composiciones en sí mismas; su disposición y participación para que interpretes de distintos géneros difundieran sus canciones, crearon provechosos y gratos puentes entre el soul, el blues y el rock (Ragovoy fue interpretado desde B. B. King hasta Elvis Presley, desde Janis Joplin hasta Aretha Franklin). Además, con la música como medio, Ragovoy contribuyó a que el anglosajón se reconociera a un nivel masivo en los pozos de melancolia de su hermano negro.

Los dejo a continuación con "Time is on my side" y "Get it while you can", en las versiones que considero memorables.






martes, 14 de junio de 2011

MEMORIA HÚMEDA


Hubo un mayo en que, negras y muy gordas, las nubes clausuraban nuestras tardes de jugar al amor y cebar el deseo.

Hubo un mayo de tormentas constantes, de zapatos húmedos y besos amparados por cornisas de cantera vieja.

Hubo un mayo que, con su fresca humedad nocturna, apaciguaba mi persecución mental de tu piel y tu sonrisa.

Hubo un mayo que sabía llorar conmigo.

Pero ahora las robustas y negras nubes, las tormentas y la humedad nocturna emigraron a junio, dejando a mayo convertido en un extenuante páramo. Y será por eso que el amor ya no es un juego, sino una tirana seriedad; que el deseo ya no se ceba y sólo se agota; que los zapatos húmedos son una calamidad y a los besos ya sólo los ampara un ánimo esterilizado.

Será por eso que hoy ya no reconozco nada sublime en tu sonrisa y tu piel maltrechas.

O será tan sólo que debo aprender a llorar con junio y así expulsar tu fantasma de mi memoria.

domingo, 5 de junio de 2011

HANK, SIN MAQUILLAJE.


Aquí dejo esta bonita imagen del hijo preferido del profe Hank, para que todos los adeptos al grupo Atlacomulco y a las camisas o playeras rojas, le dediquen un rosario.